Y cuando
Uka María llega y abre las cortinas, deseo una gran tormenta este cayendo y no
un sol brillante y un cielo despejado se me estrelle en la cara.
Me
meto el pantalón del día anterior, me pongo una blusa blanca y las zapatillas
abiertas de medio tacón. Subo la bicicleta a la camioneta y durante tres horas
veo pasar a mi hija por la pista del parque en compañía de sus amigas, mientras
oigo a sus mamás quejarse de sus maridos sobre sus negocios. Lo que hicieron o
dejaron de hacer durante la semana y en lugar de estar aquí aplastadas,
deberíamos estar tomando una copa de vino con alguien rico, amable, apuesto y muy
cariñoso.
Cuando
al fin regresamos a casa y logró guardar la bicicleta y Uka María corre a
buscar a su nana para pedirle el desayuno. Me dirijo a mi habitación, no pienso
en desvestirme, al fin no traigo nada abajo, tan sólo botare las zapatillas y a
dormir el resto del día. Para eso se inventaron los domingos, incluso, el Señor
descanso al séptimo día de la creación.
Cuando
cruzo por la sala con las zapatillas ya desabrochadas y casi descalza, alcanzo
entresueños a ver a Héctor, sentado en la terraza tomando, tiene la botella y
dos vasos llenos. Al verme, se levanta y me estira el brazo invitándome a
reunirme con él. Viste un pantalón de casimir gris perfectamente planchado,
camisa azul sin corbata y las mangas dobladas hasta el antebrazo.
Me
acerco a él, medio dormida. Me toma con su brazo derecho y me besa, siento el
vaso frio de su bebida en el hombro mientas me arrejunta contra él, soplo aire
por el apretón.
Me
cuelgo de su cuello. Una calidez agradable me recorre todo el cuerpo. Comienzo
a temblar como una hoja arrullada por el viento en una calurosa tarde de verano.
Un sopor me invade todo mi entendimiento. Tiemblo como quinceañera en su
primera cita. Me desabrocha los dos primeros botones de la blusa y deja a la
vista, una buena parte de mis senos, que tanto le gustan. Reciben por primera
vez en el día, la luz del sol. Eso me obliga a ir tres veces al gimnasio, para
mantener el busto firme, mis posaderas arriba y la línea circular del estomago
lo más recta posible.
Su
mano cálida y delicada me recorre mi espalda lentamente, desesperadamente lenta;
siento su calor únicamente separado por la tela de la blusa. Cuando su mano
llega a la cintura, comienzo a respirar de forma agitada y el corazón a latir
como caballo desbocado. Su mano derecha recorre mi trasero suave y
delicadamente, una, dos, tres veces; mientras su mano izquierda me toma por la
cintura y me arrejunta contra él, y luego me levanta, apenas puedo respirar y
siento como desde mis entrañas, soy trasporta hasta los cielos. Él, al
enderezarse para abrazarme, me levanta haciendo volar las zapatillas, como
pelota de beisbol. Logro colocar mis pies sobre su empeine y siento con mis
dedos sus agujetas, perfectamente atadas. Lo abrazo con todas mis fuerzas por
el cuello, mientas le digo al oído: “Sin
ti, mi vida ya no es vida”. Contigo mí amor, hasta la perdición. No veo ya
nada, empiezo a viajar en un espacio llenó de luces brillantes y multicolores.
En ese
momento llega Uka María diciendo:
—Dice
Anne Marie: “ya esta el desayuno, que se
vengan, se va a enfriar”.
Y
volviendo a la realidad nos encaminamos al desayunador, cada uno con un vaso en
la mano, lleno de jugo de naranja.
—
¿Cómo vas en el colegio? –Le preguntó Héctor a Uka María.
—
¡Bien! –Fue la respuesta–. ¿Verdad mamá? –Yo sólo afirmé con la cabeza y de seguro
mi cara reflejaba la gran desilusión, la sentía hasta lo más hondo de mi ser.
Héctor me había tomado por la cintura y sentía sus dedos cálidos bajo la blusa,
por arriba del cinturón del pantalón, y yo, había recargado la cabeza sobre su
hombro –. Saque diez en historia, ocho en matemáticas, nueve en literatura y un
primer lugar en Artes.
— ¿Con
cuál fotografía sacaste primer lugar? –Pregunto Héctor con gran satisfacción y
entusiasmo.
— ¿Te
acuerdas? Me ayudaste a tomarla. La de las escaleras mojadas de la fuente,
porqué habían apagado la bomba y las aguas sobrantes se escurrían por ellas. Y
los rayos oblicuos del sol de invierno, se reflejaban sobre ellas, produciendo
una gamma desde los negros hasta los blancos, me dijiste; pasando por los
grises y los plateados. Te acurdas, me indicaste desde cual ángulo debía de
tomarla para captar todos esos tonos y como realizar la toma. Pon tu cámara en
manual, me indicaste, toma la medición de la luz de los grises medios y compensa
los grises oscuros con poca textura, cerrando tú diafragma dos pasos o
incrementa la velocidad dos veces. Y así lo hice.
—Sí.
Ya recuerdo. ¿Y qué hiciste después?
—Revele
el rollo a la temperatura de siempre, le di más tiempo de revelado y lo agitaba
tres veces cada minuto. Cuando la amplié la fotografía a cuarenta por cincuenta
centímetros, busque el gris más oscuro, antes del negro absoluto en la tira de
pruebas, y luego, lo compare con el negativo. –Héctor afirmo con la cabeza–. Y
le di la exposición marcada. Y la copia resultante la revele normal, lavándola
hasta eliminar totalmente los residuos del fijador. La seque y la monte.
— ¿Y
en dónde esta ahora? –Pregunto Héctor con gran animación.
—Esta en
exhibición en la escuela. En la galería del taller de artes. Y hoy es el último
día. Y mañana termina la exposición y las devuelven.
— ¿Y
podemos ir a verla?
—
¡Claro!
—Entonces.
Desayunemos y vámonos a ver ese primer lugar. ¿Qué te parece?
—Sí.
–Gritó Uka María y pasamos al desayunador. ¿Quién dijo que los domingos son
para descansar? Había quedado en completo abandono por una fotografía ganadora
del primer lugar, entre trecientas fotografías participantes. Lo único alentador
era, la foto pertenecía a mi hija y la esperanza, de que Héctor, como el león,
se quedara a dormir esta noche en casa y dormir a “pierna suelta” el resto del
domingo.
©
2012 Humberto Miguel Jiménez
No hay comentarios:
Publicar un comentario