En
nuestros artículos anteriores, nos hemos referido a la importancia de realizar
una verdadera investigación sobre el tema y la época en donde deseamos situar
nuestro relato. De otra manera, caeremos en simulaciones o errores en cuanto a
los sucesos y los hechos históricos acontecidos.
Como
ejemplo de una investigación deficiente o aún carencia de ella, podemos
encontrar una infinidad de novelas, todas ellas se dicen históricas y no
alcanzan esa distinción. Para no resultar monótonos, pondremos unos ejemplos
obtenidos en la novela de Jamake Highwater El
sol de muerte, editado por Edivisión en el año de 1982
El
autor ubica su novela en la época del Imperio Mexica, más exactamente, antes de
la llegada de los invasores españoles. Y nos describe la llegada de Nanahuatzin,
su personaje principal, a la Ciudad de México-Tenochtitlan.
Highwater
nos dice al final de su página 14, por medio de su personaje: A lo largo de sus riberas y entre flores y
árboles se hallan asentadas las chozas de paja de los campesinos Y más
adelante continua la descripción de la ciudad: van apareciendo entre el follaje los muros de adobe de las casas de
gente más rica. En contraste, los cronistas y estudiosos del tema, nos
dicen cómo era la ciudad de México-Tenochtitlan en el siglo xvi, fecha
aproximada del relato: Las casas de la
gente baja (campesinos y artesanos) estaban
hechas de adobe (…) y tenían azotea o terrado (…). Solían estar encaladas y las
escasas puertas y ventanas cerradas con petate (…). Las casas eran bajas (…).
Una excavación en el barrio de Atenantitlan (al noreste de la ciudad, en la
ribera del lago) ha puesto de manifiesto
la veracidad de estos informes[1]. En otra parte de
su obra, Rojas nos describe las casas de la clase alta: tenían mayor extensión y estaban construidas con piedra y vigas (…) con
el suelo elevado (…) o con altos (…). La existencia de un segundo piso parece
darse sólo entre las clases pudientes (…). En el segundo piso de una vivienda
solía alojarse un núcleo familiar separado (…).[2] Al final de la
sección Rojas nos dice: La solidez de la
construcción ‘azteca’ y la utilidad de las azoteas y fortalezas construidas en
lugares claves de las calzadas fue puesta a prueba por Cortés en el asedio de
la ciudad (…) el único medio eficaz de desalojar a los guerreros ‘aztecas’ de
sus posiciones (significo) la
destrucción total de la ciudad[3].
La
falta de una investigación es notoria por la descripción realizada en los
párrafos anteriores. Pero no sólo eso, también testimonia su falta de
investigación, cuando habla sobre las chinampas, nos dice: Estos jardines-barcazas quedan flotando a la deriva hasta que acaban
por enredarse unos con otros (…). En
primer lugar, las chinampas no quedaban a la deriva, Jaime Aguilar, en su obra:
Las chinampas. Una técnica agrícola muy
productiva. Editorial México 1982: nos describe cómo se construía y se
trabajaba una chinampa. Para nuestro caso, sólo nos detendremos en el capítulo
referente a la construcción. Me he permitido realizar un pequeño resumen, para
evitar el cansancio del lector con una descripción detallada: Primero se
buscaba un lugar de aguas poco profundas; a continuación con estacas largas de
carrizo se delimitaba el terreno. Después se realizaban zanjas alrededor del mismo
para el paso del agua. Al sitio se llegaba por medio de canoa, medio principal
de transporte en la ciudad, de la misma forma como ahora usamos el automóvil.
Se recogía por medio del corte, plantas que crecían en el agua, como el tule,
el lirio, el chichicastle, el zacatón, etc.; el enredo de todas estas raíces
entre sí, formaban una base con un grueso de 20 a 100 centímetros ,
las cuales flotaban en el agua. Una vez terminada la chinampa, se colocaban
estacas de árboles (ahuexopasolli)[4] por
los cuatro lados, con una distancia de 4 a 5 metros entre ellas. Esto evitaba que las
esquinas de la chinampa se desmoronaran y la mantenían sujeta al fondo del
lago.
Antes
de terminar me gustaría aclarar lo siguiente; Highwater en su página 15 de su
obra escribe: Al lado de los canales hay
caminos angostos por donde los mercaderes, acompañados de guardas armados y de
cargadores que les van siguiendo al trote, llevaban sus mercancías a los
tianguis, o mercados. En primer lugar debemos de tener en cuenta, las dos
clases de mercaderes existentes en el Imperio Mexica: los primeros, eran los
campesinos que llevaban sus excedentes de verduras y frutas a vender al mercado
de Tlatelolco y los artesanos sus productos, tanto uno como otros se
desplazaban en canoa hasta el muelle que existía junto al mercado. Bernal Días
del Castillo, nos narra como todas las mañanas se veían miles de canoa con
productos para la venta dirigiéndose al mercado de Tlatelolco. Los otros
mercaderes, eran los Pochtecas, los mercaderes del Emperador, encargados del
comercio exterior del Imperio o también conocido como de larga distancia. Estos
mercaderes siempre entraban por la noche y en canoa, procedentes por lo regular
de Mexicaltzinco y en días preestablecidos según su Tonalamatl, el calendario
de la cuenta de los días y de los destinos que regían a los Pochtecas, y por lo
normal, el día de entrada caía en un día 7 serpiente, por ser de buena suerte.
Siempre procuraban no ser vistos por la población. Dentro del territorio
imperial no acostumbraban usar el resguardo del ejecito. Esto sólo se
solicitaba cuando transitaban por territorios enemigos, extra territoriales al
imperio. Los Pochtecas siempre se distinguieron por ser grandes guerreros. En
caso necesario, viajaban con armadura y el armamento completo, lo mismo hacían
sus cargadores. Esto nos demuestra una carencia de una investigación sobre el
tema y la época.
Para
terminar, no quiero dejar pasar por alto los comentarios de Carlos Fuentes
sobre el arte de narrar ficción y hechos históricos, vertidos en una entrevista
realizada por el periódico El Nuevo día
del domingo 11 de abril de 2010, el escritor mexicano nos dice: El cine cuenta con imágenes; la novela con
palabras. También narran con palabras el periodismo y la filosofía. Pero la
literatura tiene un valor insustituible; es el arte que nos da la posibilidad
de imaginar y de no llegar a conclusiones. Los grandes libros no llegan a
conclusiones. Quedan abiertos: lo que más importa es la co-creación del lector,
que la obra esté suficientemente abierta como para que cualquier lector pueda
decir; yo continúo la obra. Y sobre la realidad y la literatura, entre la
narrativa de ficción y la narrativa histórica nos comenta: Nada en la realidad se parece a la literatura. Una cosa es la invasión
napoleónica de Rusia y otra la novela de Tolstoi, ‘La guerra y la paz’. Ahí la
invasión es un tema; la novela es un escrito con apoyo histórico, pero no es la
realidad. Una cosa es un hecho concreto y otra cosa es la imaginación
literaria. No caigo en la trampa de confundir la realidad con la imaginación.
Hay muchas realidades, la literatura refleja sólo una parte de la realidad y es
diferente de ella.
Estos
comentarios nos ayudan a reflexionar sobre la literatura y la historia, de cómo
debemos de narrar el hecho histórico desde nuestro particular punto de vista,
sin alejarnos o traicionar el hecho histórico. Es decir, que si deseamos
escribir una novela que reseñe un acontecimiento histórico o la situemos en una
época en particular, debemos de realizar la investigación suficiente para no
caer en traspiés históricos al momento de narrar.
©Humberto Miguel Jiménez 2010-2013
Tlalnepantla. México.
[1]
Cepeda, González y Ahuja 1977Rescate arqueológico en el barrio de
Tepito, México D.F. Citado en Rojas José Luís de
México Tenochtitlan. Economía y sociedad en el siglo xvi. Fondo de Cultura
Económica. México 1992 Pág. 44
[2]
Idem. Pág. 43
[3]
Ibidem Pág. 43
[4]
Nombre genérico de varios árboles de la familia de las Salicáceas. Son ejemplo
de ello: el sauce, el álamo y el chopo
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